Contar la historia de Fatty Arbuckle y su amistad con Buster Keaton es una excusa de los autores para entrar a tratar temas espinosos en estos tiempos como la cultura de la cancelación o las denuncias falsas que puede haber en los tiempos del #MeToo.
O sea, que se podían meter en un jardín del quince.
Pero no, salen con soltura del brete, mostrando trapos sucios, sí, pero a la vez intentando ser rigurosos con lo sucedido (aunque en esta historia escandalosa siempre habrá quien niegue algún detalle o afirme saber algo que no esté claro del todo).
Y consiguiendo que los lectores nos encariñemos con estos dos protagonistas.
Hace días que la leí pero sigo dándole vueltas a lo leído, y eso es siempre bueno.
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