Ya lo he dicho más de una vez pero siempre he pensado que la desaparición de tantísimos personajes clásicos no dejó de ser un clavo más en el ataúd de la industria del cómic español. Pocas reediciones y mal hechas en la gran mayoría de casos.
¿Cómo es posible que una obra como Pumby no se hubiera reeditado con un mínimo de condiciones?
Porque tras leer este tomo me he encontrado con una obra fresca pese a todos los lustros pasados, dinámica, imaginativa, divertida, luminosa, ingeniosa, llena de elementos absurdos en el mejor sentido del término (esa guerra entre números y letras haría las delicias del Woody Allen escritor de cuentos, y eso que se hizo hace cincuenta años) que permiten el disfrute de los adultos sin echar al público infantil al que estaba destinado inicialmente.
Porque José Sanchis era un gran dibujante y se nota en lo claro de su narración, en lo expresivo de los dibujos, pero sobre todo me quedo con el guionista de las historias largas por episodios donde suele trabajar con dos tramas argumentales muy diferentes pero consiguiendo pasar al protagonista de una a otra de una forma tremendamente fluida, además de ir soltando juegos de palabras y de ir sorprendiendo al lector de una forma modélica a partir de premisas de lo más estrambótico (¿fantasmas vegetarianos? Supera eso, Grant Morrison). Porque sí, ya sabemos de Pumby solucionará el entuerto pero seguro que nadie es capaz de predecir el modo.
Una sorpresa maravillosa. Espero con ganas los siguientes.
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