Estéticamente es una maravilla, una fusión magnífica de Hergé (esa escena donde se ve a varios personajes de diferentes partes del mundo escuchando la radio, esas escenas de multitudes) y de la escuela de Marcinelle.
El guión tiene un punto caótico y algo incoherente, la verdad, porque hay elementos que no acaban de casar demasiado bien. Pero partiendo de un relato de aventura policial al uso, Chaland le da la vuelta con ánimo provocador metiendo elementos crueles (niños torturados o asesinados) y racistas (los chinos en particular y los orientales en general, sobre todo) y con un par de protagonistas que son un detective tirando a cutre y un joven ayudante absolutamente inútil y cretino. Seguro que Santiago Segura lo disfrutó muchísimo.
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