Y llegamos al último álbum, el que no había leído aún.
Ay, qué desilusión.
Saltamos en el tiempo unos años. Vale.
Personajes secundarios de la serie, como el hermano del protagonista y su familia, desaparecen por completo. Lo que no comentaría si no fuera por la charla que tienen los dos en el anterior álbum. Y eso hace que me pregunte qué ha sido de ellos. De forma retórica porque me quedo con las ganas, claro.
Pero sobre todo dedica páginas y páginas para que uno de los secundarios se ponga a dar peroratas y discursos. Si quisiera oír a alguien predicar, iría a misa. Un rollazo.
Y acaba la serie.
Bueno. Para una obra cuya moraleja es del estilo no hay que rendirse, hay que seguir luchando en esta vida por las cosas buenas por muy difícil que se ponga el tema, o sea, de primero de libro de autoayuda, supongo que no está mal.
Pero podría estar mucho mejor, si nos paramos a estudiar los dos primeros.
Aunque, claro, me acuerdo de una charla sobre Manu Larcenet con un autor francés que no disimulaba su antipatía por él. Lo consideraba un caradura que se dedicaba a ir pillando cosas de otros autores, directamente. Porque cuanto más pienso en las escenas que me gustan de esta serie más las veo en mi cabeza como si las hubiera hecho Lewis Trondheim.
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