jueves, 14 de febrero de 2019

Howard Chaykin: The Divided States of Hysteria

Howard Chaykin es una de las mentes más inquietas, estimulantes y brillantes del cómic.
Aún estoy algo conmocionado por la lectura de The Divided States of Hysteria. No me atrevo a decir que sea su mejor obra porque me hace falta poner algo de distancia y tiempo para valorarla en su justa medida, pero sin duda es de las más memorables.
La trama se sitúa en unos Estados Unidos de un futuro cercano, donde un atentado cambia el orden mundial y un ex-agente junto a un grupo de condenados busca castigar a los responsables. Todo parece bastante standard para este mundo post 11-S pero, como era de esperar, con Chaykin las cosas nunca son tan sencillas.
No lo son porque a lo que se dedica realmente es a retratar esa América, que no deja de ser la actual, donde la desconfianza entre los grupos sociales son la norma, una América ante la que Chaykin le pone un espejo para mostrar que es racista, homófoba, violenta y donde no faltan las inevitables pullas a Donald Trump.
Si muchos lectores -más tradicionalistas que tradicionales- ya suelen echar pestes de la forma de narrar de Chaykin, tan dada a insinuar, a dar saltos, a obligar al lector a esforzarse por leer, por entender lo que le cuentan, con esta obra les va a dar un pasmo. Y no sólo porque Chaykin maneja un número importante de personajes, en numerosas localizaciones, muestra informativos, pone textos en off que complementan la información de las viñetas y sus diálogos (el rotulista Ken Bruzenak los compara musicalmente en su texto final con una línea de bajo, lo que es bastante cercano al jazz que es lo con lo que yo comparo siempre la narrativa sincopada del autor de American Flagg!), no. A esos lectores más convencionales les va a dar un pasmo porque no hay miedo de plantear momentos incómodos (políticos y sexuales, principalmente), de usar resoluciones para los arcos de algunos personajes que se alejan de lo esperado, de intentar sorprender en un mundo de ficciones prefabricadas y de conseguirlo.
Y a todo ello, Bruzenak, brillante siempre pero nunca como en este trabajo, le añade detalles que envuelven las viñetas (gritos, imágenes de redes sociales, tipografías de lenguas extranjeras...) que ayudan con ese ruido visual a crear una ambientación, a mostrar el impacto de lo que sucede, a meter al lector en ese mundo tan terrible y tan cercano a la vez.
Ya os digo, aún estoy algo conmocionado.



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